Amantes, conspiradores, madres e hijos, picapleitos y herederos esperaban la llegada de la silla de posta que, con las monturas al trote en medio de una nube de polvo, transportaba la saca de correos. Impaciente, sin tiempo para servirse del abrecartas de marfil, la enamorada anclada en la provincia rasgaba el sobre lacrado, con las noticias de un joven petulante que se estaba gastando la fortuna en la capital para regresar lo más tarde posible a la pequeña ciudad donde aquella novia de siempre leía sus cartas, temblorosa y con el pecho agitado. En forma epistolar se han escrito novelas lacrimógenas y manuales de libertinaje, el diálogo entre dos hombres que desean la paz cuando sus respectivos países están a punto de hacerse la guerra. Cartas quemadas por el despecho, guardadas en hatillos que conservan el perfume de rosas, cartas a las trincheras, cartas adúlteras, platónicas o místicas.
En una selección ecléctica que en ningún momento pretende ser canónica o ejemplar, Valentí Puig nos ofrece una muestra del arte epistolar antes del big bang digital, cuando la comunicación no era inmediata y la disculpa por una extensión excesiva era más retórica que una preocupación real de excederse con el ocupado destinatario. Su lectura nos recuerda que, probablemente más que cualquier otro tipo de escritura, la correspondencia escrita es la que captura las emociones, los temores y los deseos que componen nuestras vidas en su forma más genuina.