En el verano de 1964, Brigitte Reimann viaja a Kazajstán y Siberia con una delegación de la República Democrática Alemana. Este viaje se produce en un momento clave, justo antes del relevo de Kruschev en octubre de 1964: cuando la Unión Soviética parece estar aún en condiciones de disputar la supremacía a los Estados Unidos y explota como un éxito propagandístico la colonización de nuevos territorios en su país al mismo tiempo que la conquista del espacio exterior.
Brigitte Reimann es, en realidad, un «cuerpo extraño» en esta delegación: una mujer joven, culta y lúcida, comprometida políticamente
con su país y a la vez crítica con lo peor de éste, rodeada de hombres que hace tiempo que dejaron atrás la juventud y se han convertido en acríticos defensores del «viejo» comunismo. Lejos de sentirse intimidada por esta compañía, Reimann se sirve de la libertad que se concede a las mujeres «guapas y divertidas» para burlarse del militarismo, marcar distancias con la energía nuclear (por entonces casi una religión), poner en evidencia la ineficacia del centralismo y entonar un canto a la espontaneidad festiva de aquellos jóvenes pioneros rusos que se sentían libres construyendo el socialismo lejos de Moscú.
Sí, antes de que la industrialización acabara convirtiendo Bratsk en una de las zonas más contaminadas del mundo, hubo un tiempo feliz para vivir en comunidad. El gran acierto de este libro es que, ante la imposibilidad de contrastar las informaciones recibidas con otras fuentes, su autora renuncia a reproducir los datos oficiales con los que fue abrumada su delegación y apuesta por hablarnos de aquel viaje y de aquel tiempo como una apasionante crónica colectiva y, también, una verdadera aventura individual: la aventura de una mujer valiente y curiosa, que trabajó como obrera a la vez que se convertía, sin duda, en una de las mejores escritoras del siglo XX.