La toga, el reconocible uniforme de trabajo de los jueces, se caracteriza por un sobrio color negro que contrasta con los blancos puños bordados que rematan sus mangas. El origen de estas puñetas, protagonistas indiscutibles de su vestimenta, se remonta a varios siglos atrás y encierra un simbolismo interesante, pues su confección, al igual que las sentencias de los magistrados que las llevarían, requería de un importante esfuerzo de concentración y habilidad, así como de una labor concienzuda y delicada, comparable a la de los togados.
Esos blancos puños bordados con filigranas y encajes simbolizan aquí las sentencias que se desvían de los rectos caminos de la Justicia e, incluso, del simple sentido común. A lo mejor eso les valdrá a los autores el calificativo de puñeteros, pero están dispuestos a asumirlo.
¿Cómo pudo un tribunal considerar probado que un farmacéutico tocaba las nalgas de sus empleadas y las besaba sin su consentimiento, mientras les proponía compartir siesta en un hotel y, no obstante, anular la condena por acoso sexual que había impuesto un juzgado madrileño? ¿Cómo puede considerar el Constitucional que demoler tu casa no supone ninguna violación del domicilio? ¿Y cómo puede ser condenada una lesbiana como hombre? ¿O considerar un juez que "si a una mujer bien vestida la ves, maltratada no es"?
Casos como éstos, recogidos en este libro por dos veteranos periodistas de tribunales, podrían ser motivo suficiente como para mandar a la Justicia... a hacer puñetas. En cualquier caso, con toda seguridad, serán razón suficiente para disfrutar de la lectura amena de esta crónica afilada de una sociedad que se retrata en sus juzgados y tribunales.