La primavera se transformó lentamente en verano, con su inevitable calor aplastante y nuestras inevitables quejas a cuenta de ello. Viola decía que hacía tanto calor que las gallinas estaban poniendo huevos duros. Yo me quejaba menos que los demás porque a mediodía me escabullía con frecuencia al río, mientras que ellos preferían refugiarse en sus habitaciones, con los postigos cerrados, y echar una siesta agitada y sudorosa. Como no tenía traje de baño, me desnudaba hasta quedarme en camisola y flotaba de espaldas sobre los suaves remolinos, contemplando las nubes del cielo, en cuyas siluetas buscaba escenas y formas curiosas: ahí había una tienda india; allí, un ardillón bailando; allá, un dragón echando humo.Calpurnia, Callie Vee, está decidida a pasar el año 1900 ampliando conocimientos sobre naturaleza con su excéntrico abuelo, uno de los últimos grandes caballeros aficionados a las ciencias de la naturaleza. Pero sus vidas se verán alteradas por un devastador huracán. Calpurnia y su joven hermano, Travis, ayudarán a un veterinario refugiado en su trabajo. Asimismo, adoptarán un armadillo, un mapache y una urraca, y descubrirán que ninguno de ellos es un buen animal doméstico. El veterinario Pritzker acabará por ceder y permitirá que Callie le acompañe en sus rondas, pero cuando ella anuncia a su familia que quiere ser veterinaria, la respuesta que recibe es un rotundo «no». Pese a ello, su familia tendrá la oportunidad de cambiar de parecer cuando Callie salve la vida de la oveja —ganadora de varios premios— de su madre. ¿Y quién se entrometerá en su camino, ahora que Callie es una chica independiente?