Preguntarse por la naturaleza de la felicidad equivale
a cuestionar el sentido y el fin de la existencia.
La felicidad es una búsqueda a lo largo de la vida
de cada persona; la infelicidad, en cambio, es el
abandono del deseo de seguir viviendo. Más que
una meta, la felicidad es un estado de ánimo,
el anhelo de una vida plena.
No es objeto de la filosofía determinar en qué
consiste ser feliz, pero filósofos y pensadores, desde
Aristóteles hasta Aldous Huxley, han reflexionado
a lo largo de la historia sobre esta cuestión esencial:
cuáles son las limitaciones de quienes aspiran
a ser felices; qué valor tienen la amistad, el amor,
el deseo o la libertad en la consecución de la felicidad;
cómo se relacionan el individuo y el grupo en este
camino. La lección que se extrae de las enseñanzas
de los filósofos es que la felicidad, en efecto,
es el mayor bien, pero un bien que exige esfuerzo,
paciencia, perseverancia y tiempo.
La búsqueda de la felicidad no contiene recetas
para lograr la plenitud, pero sí abundantes razones para
no sucumbir al desánimo de una existencia que es
paradójica, contingente y limitada, pero también rica
y esperanzada.