La catástrofe no es el porvenir, es nuestro nuevo presente perpetuo. Y es mucho más profunda de lo que parece. Esto es una verdad evidente. No hay que darle más vueltas, para eso ya hay todo un ejército de expertos en naderías (tecnológicas, científicas, políticas, médicas, ecológicas… y un sinfín de otras técnicas de gobernación) que forman parte —o hacen méritos para formar parte— de las estructuras de inoperantes Estados que pelean por ver quién administra más planificadamente la catástrofe, por perpetuar el statu quo de algunos, la santísima producción y los deseos de vivir sin tiempo muerto y de gozar sin trabas del ciudadano medio.
Son los preceptos mismos de la sociedad industrial los que nos han llevado a un punto de no retorno. Las teorías críticas —presas de sus múltiples cadenas ideológicas— no parecen acertar en un diagnóstico que nos permita avanzar. Pocas son las voces lúcidas que se alzan en medio del monumental ruido que trata de aturdirnos, pero la Enciclopedia de las Nocividades (Encyclopédie des Nuisances), en este y en otros textos, aporta reflexiones fundamentales para pensar el mundo en el momento presente. En este caso, nos ofrece un análisis tan lúcido y certero que Catastrofismo, administración del desastre y sumisión sostenible debería ser un libro de cabecera.