Leí La Transformación cuando tenía 13 o 14 años, en una noche, de un tirón. Tal vez incluso dos veces seguidas, como acostumbraba a hacer en ocasiones. Al día siguiente, cuando regresé de la escuela, encontré a mi madre que la leía llorando, mientras que a mí me había parecido más bien divertida y perturbadora. Mi madre lloraba solo con pensar que yo había leído AQUELLO. Después la he releído varias veces. Quizá cada década. La considero como una especie de cómico esencial y moderno (como Cervantes). A medida que pasan los años y los acontecimientos se suceden, encuentro a Franz Kafka más pertinente, con ese humor que se tiene por judío pero que no es sino una forma muy antigua de humanismo... una cósmica desesperanza... Transformación: cambio. El único que no cambia es Gregor Samsa, adelgaza a lo sumo, pero es el mismo desde que despierta hasta el final. A su alrededor todo se transforma. Su padre, su madre, su hermana pequeña. El mundo exterior cada vez más amenazante que adivinamos a través de los resquicios de las puertas y ventanas. Con cada lectura, uno toma consciencia de algo que había olvidado hace tiempo, y que sin embargo sabía.