Antonio Soler, Premio Nacional de la Crítica en dos ocasiones, nos traslada a la Málaga de 1937 en esta emocionante novela que rescata de la memoria un trágico episodio injustamente olvidado.
«Ese fue el cuento de mi infancia. El más impresionante. El cuento que siempre le pedía a mi abuela materna que me contara. Su viaje al infierno. Allí siempre estaba el lobo acechando. Mostrando los colmillos afilados, su sed de sangre. El lobo que vino todos los días. No había encantamientos, brujas ni monstruos de tres cabezas que pudieran compararse con aquella historia».
El lobo que persiguió a miles de hombres, mujeres, niños que huían de Málaga en febrero de 1937. Una carretera tortuosa, un río de personas, animales y vehículos sobre el que aparecía el estruendo de los motores, el zumbido de las bombas y la metralla. A su paso, amasijos de ropa y carne en la cuneta. Sangre, lodo, humo. La silueta de un perro negro. Un hombre ahorcado. Un niño muerto dentro de una maleta… El lobo que atacaba a los que huían en un éxodo masivo, sí, pero también el de la Málaga invadida, donde se dispone a vengar los desmanes cometidos por los rojos, ya sea en los hijos de ese color maldito o no. El lobo que corre por las calles en el Madrid del «No pasarán», que no gruñe ni aúlla. Busca, muerde, desgarra. Ejecuta.
En el éxodo malagueño, en Madrid, qué bien resistes, en la Casablanca que recibe exiliados al principio de la guerra, en el frente de Levante al final de ella, se encuentran miembros de dos familias, los Soler y los Marcos, que son el reflejo de unos seres arrastrados por el peso de la Historia. De las peripecias de esas dos familias, separadas, a veces extraviadas, habla este cuento —ojalá no fuera verdadero—. Antonio, descendiente de esas dos sagas, recoge con palabras propias y prestadas, de sus familiares y de otros protagonistas, el testimonio directo de quienes sobrevivieron rabiosamente cuando «todo era boca de lobo y el viento aullaba como si también el aire se hubiese contagiado del alma oscura de las bestias».